Adiós libro que un día
curaste mis aflicciones,
y me diste normativas
para vivir con ilusiones.
Tu fuiste el mejor amigo,
en muchas divagaciones,
y me hiciste sonreir,
tratando de olvidar
las penas y decepciones.
En ti hallé la nobleza,
aprendí muchas lecciones,
me revestí con elegancia
de palabras muy concisas,
en algunas ocasiones.
Me diste paz y sosiego,
renunciando a los rencores,
pude desechar la codicia,
que trae males mayores.
En ti encontré la alegría
sin gorjeos ni pasiones,
tomé de las experiencias
que tuvieron grandes hombres.
Eché un cerrojo al pasado
como indican los cánones,
no guardar resentimientos
y olvidando los rencores.
¡Ojalá! que esto prosiga
en mis hijos estas costumbres,
que propago sin dominio
mis pequeñas convicciones.
Muchas fueron las personas
que ayudé sin condiciones,
a combatir sus tristezas
sin el libro de oraciones.
Unos me dieron las gracias,
otros ni salutaciones,
pero sí, puedo afirmar
que sembré satisfacciones
a las personas que buscaron,
las ansias de curaciones.
Lee, pues, con afición
las sugerencias que vienen
y verás como es verdad
todo lo que el libro pone.
Si yo tengo la dicha,
con la aficcion que tú tienes
de aprender lo que es la vida
de insidias y vejaciones,
me daré por satisfecho
de mi insinuación en ciernes.
Ernesto Roncal Bonilla
Tudela, 25 de enero de 1990