Veintiocho de Junio,
víspera de San Pedro.
subido en el monte
y rodeado de pinos,
oteaba el Ebro.
El cierzo soplaba,
su aire era fresco,
y se agradecía
dónde estaba inmerso.
Yo bien divisaba,
la mejana en huertos,
y un hombre que araba
sin mulo ni estava,
ni timón de brezo.
Otro que empalaba,
con palos de fresno,
el tomate joven
y después rizara
sus tarros rellenos,
de frutos colgantes
entre sus verguetos.
Ya no se ven rosas,
sus flores murieron,
los árboles verdean,
ocultan los frutos
que ya colorean,
con todo su vello.
El campo reluce,
todo es un compendio,
de enlazadas parras,
lechugas plantadas
y algún otro puerro.
Se acerca el ocaso,
porque el sol se ha puesto,
se iba la gente
llena de misterio,
sería el cansancio
del trabajo previo.
Miro al horizonte,
y un perro a lo lejos,
ladra sin cesar
y yo no lo veo.
Una bella tarde,
de paz y de ensueño,
me bajo del monte
por las escaleras,
cruzando senderos.
Ya salto a la calle,
dejando caminos,
algunos zarzales,
plantas ortigales
que dañan el cuerpo.
Ernesto Roncal Bonilla
Tudela, 1984